Más de una vez sería interesante poder
vernos la cara que ponemos cuando acabamos de leer la última página de una
obra, especialmente cuando es el final de un novelón. Parece que, aún sabiendo
que ya no queda más texto por delante, siguiésemos apresados en esa lectura... pese
a haber cerrado el libro, la mente continúa abstraída, como si renunciase a
regresar a nuestra realidad.
El placer de la lectura tiene esas
recompensas. De la curiosidad que nos permite abordar las primeras páginas de
una novela, pasando por sentirse enganchados a un argumento que desvela sus
entrañas mucho más lentamente de lo que podemos leer, hasta que finalmente la historia
se acaba. Y volver a empezar otra. Volver a devorar las páginas.
Pero siempre queda ese momento especial,
el de leer el final. El punto y final de unas horas de distracción, de fábula y
de vivir en otros mundos, a través de otros personajes. Todo un ejercicio de
buen gusto que cultiva el alma y rinde reconocimiento al buen escritor.
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