Proclamaba Eduardo Colombo, profesor de
psicología social y anarquista, si las
elecciones sirvieran para cambiar algo estarían prohibidas. Y lo hacía con
la garantía de la experiencia acumulada por una civilización ya milenaria.
Sería interesante retroceder hasta
los orígenes de la humanidad y encontrar a ese visionario de la política que
inventó el voto. En un sentido analógico posiblemente proceda de un
asentimiento a mano alzada o de un paso al frente a la hora de respaldar una
propuesta e implicarse en una decisión. Ese primitivo voto era de libre adhesión
personal vinculante que no se hacía obligado por extensión a los que no se
pronunciasen a favor.
Evolucionó el voto y los padres de las
democracias convirtieron el sufragio en la manifestación del pueblo soberano,
proclamándolo dueño, señor y responsable del destino. Así, en defensa del
derecho a elegir, que no de la libertad de elegir, se instituyó la mayor
falacia de todos los tiempos. Cada vez que se convocan elecciones debemos
recordar que con ellas tan solo se nos reclama que señalemos a un representante,
el cual, ese sí decidirá por nosotros.
Como dice Colombo, si los que tienen el
poder corriesen el riesgo de perderlo de verdad prohibirían las elecciones.
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