A finales del s. XVIII Malthus anunció
una apocalíptica predicción que aventuraba una terrible hambruna para la
humanidad por culpa del crecimiento exponencial de habitantes sobre el planeta.
Calculaba el demógrafo inglés que no habría suficientes recursos para alimentar
a tanta gente.
Afortunadamente no se cumplieron esos
malos augurios. Y no exactamente porque sus cálculos estuviesen equivocados,
sino porque a lo largo de estos 200 años las circunstancias han variado tanto
como para que el mundo produzca suficiente comida para abastecer a los siete
mil millones que lo pueblan. El hambre que hoy se reparte irregularmente
depende de cuestiones políticas y de una distribución desproporcionada de la
riqueza.
Cuando Malthus divulgó sus terribles
cálculos entonces la agricultura y la ganadería eran sensibles a plagas y a los
caprichos de la climatología así como los productos que circulaban eran
tempranamente perecederos. Nos guste o no ha sido la apuesta por los
transgénicos la que ha respondido con éxito al vaticinio malthusiano. Hoy
podemos hablar de costes de producción más bajos, y pese a utilizar menor
espacio para cultivar se consigue una sobreproducción.
Cierto es que seguimos en fase
experimental y se tienen que asumir riesgos, además de denunciar a quienes se
lucran sin escrúpulos. Lo que no se sostiene es la producción llamada ecológica
que solo está al alcance de los más ricos y es claramente insuficiente para
satisfacer las necesidades de toda la población mundial.
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