Con el paso del tiempo las imágenes
que retuvieron nuestras retinas pierden su contorno, se diluyen entre sombras
haciéndose cada vez más borrosas. Y uno se esfuerza revisando su pasado,
tratando de rescatar esos momentos que grabó con frescura. Y con empeño solo
reúne una distorsión de líneas, formas y destellos, trazos de figuras
refugiadas en la mente en espera de que la memoria acierte a recuperar y ordenar.
Son brumas de recuerdos que se
desfiguran y se configuran en distorsionado antojo. Esas reminiscencias de
experiencias han ido marcando una vida y resisten a perderse colgadas en el
presente en vagas y selectas pinceladas decoloradas. Montan frágiles siluetas
del pretérito supervivientes en nosotros, sensibles y tiernas, acumulando velos
de niebla que las difuminan poco a poco más hasta confundirlas con la ausencia,
hasta converger en metáforas de la luz.
Finalmente, transformadas en informes
nubes volarán allá, allá lejos, hacia la región donde habita el olvido pendientes
de un gélido soplo que algún día las borre definitivamente.
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