Figuradamente
siempre se desaconsejó utilizar los naipes para construir castillos. Levantados
pacientemente, el propio peso de la ligera carta fuerza el equilibrio hasta
provocar su desmoronamiento. Un castillo de naipes es sinónimo de ilusión efímera,
brevedad. Quizá por ello nos los tomamos como un juego, quizá por eso no les
hacemos caso.
Enlazar
palabras también puede tomarse como una actividad ilusoria. El caprichoso
pensamiento quiere darle cuerpo a la razón aprovechando que las ideas fluyen y
flotan hasta encadenar percepciones con sensaciones y juicios con ilusiones,
como si las palabras así jugadas conformasen cuatro palos de una imaginaria
baraja. Palabras siempre pendientes de la fuerza del viento.
Para
hilvanar y engarzar palabras en frases hace falta tanta o más concentración
como para que un castillo de naipes levante varios pisos. La ventaja reside en
que las palabras, una vez cimentadas, pasan a interpretar y desvelar la
realidad remplazando objetos por signos, mientras que los naipes, tras ceder su
verticalidad, caen informes unos sobre otros.
Una frase funciona como un castillo de palabras
esperando que una brisa las difunda.
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