sábado, 7 de junio de 2014

Nacer


         Hace tiempo que dar a luz, al menos en los países desarrollados, dejó de ser un acto natural para convertirse en todo un manifiesto ideológico de compromiso para la mayoría de los padres. Los hijos vienen al mundo después de haberse cubierto unas garantías que incluyen un nivel económico más que suficiente.

Producto de estas exigencias saltan inconvenientes como las dificultades para conseguir un embarazo por la edad. Los hijos nacen porque los padres los buscan. Entonces se calculan los días fértiles, se intensifican los encuentros sexuales y si fallan se recurre a los costosos tratamientos de fecundación o a los polémicos programas de adopciones.

En cierta forma, nacer, lo que se entiende nacer, se ha desnaturalizado de tal manera que el pobre neonato, a los pocos segundos de respirar ya está en deuda con sus padres. Es el hijo deseado, producto del sacrificio y la constancia, con la obligación de responder a las expectativas generadas. Quizá, por eso, los que nacieron fruto del azar, de la noche descontrolada, de los irregulares cálculos de Ogino, de una píldora que no se tomó o del preservativo que se rompió, pueden decir que fueron accidentes, pero al menos nacieron libres.


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