Modificar ciertos hábitos sociales
cuesta mucho, demasiado. Lo llevamos grabado en nuestro ADN: no somos chivatos.
Si alguien no cumple, no nos vemos con la responsabilidad de denunciarlo. Lo hemos
hecho en casa con nuestros hermanos, en el colegio con los compañeros y como
ciudadanos también encubrimos al mal ciudadano. Existe a modo de un pacto no
escrito que nadie debe delatar a nadie.
Cierto es que hay delitos que la
sociedad repudia, especialmente cuando media cualquier tipo de violencia. Sin
embargo, esta misma sociedad muestra una tolerancia y permisividad con pícaros,
rufianes o granujas que sobreviven a costa de sus pequeñas pillerías y multitud
de trampas. Y aunque las cárceles están llenas de estos ladrones minimalistas,
no lo es por la colaboración ciudadana, sino porque son tantos que saltan a la
más mínima investigación.
El tema es serio, porque con esta
postura reforzamos la injusticia. No vale alegar que la inmoralidad y
sinvergonzonería invade los estamentos más altos de nuestra sociedad, ni
cuantificar económicamente el importe de la estafa.
Roba quien no declara sus ingresos o
quien no paga sus impuestos. Se aprovecha de todos quien disfruta de
injustificadas subvenciones, quien desperdicia una beca o quien recibe un
subsidio y cobra en dinero negro. Son todos pequeños delincuentes que viven confundidos
entre nosotros porque muchas veces no nos diferenciamos tanto de ellos. No
somos delatores, simplemente convivimos todos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario