Los cristales solo dejan pasar la luz. Ni el sonido, ni el olor, ni el calor.
Los cristales cambian los colores,
moldean las formas, distorsionan y mienten. Por frágiles que nos parezcan
funcionan como muros blindados que nos separan de la realidad.
Siempre nos asomamos al mundo a
través de un imperceptible cristal.
E inconscientes de su presencia damos vía libre a la interpretación. Vemos lo
que interpretamos ver, entendemos lo que interpretamos entender. No importa el
grado de transparencia u opacidad que tenga el cristal ni su grosor. Nuestra voluntad de interpretación acomoda la
luz filtrada. Y por eso, a partir de lo que hemos dado por visto y lo que hemos
dado por entendido llegamos a sentir.
A veces nos vendría mejor cerrar los
ojos y apartar el engaño. Entonces, oiremos las palabras, oleremos los aromas y
notaremos el calor de las personas. Y no nos importará el color ni la imagen,
porque entonces sí podremos apreciar la realidad, la profunda verdad que todos
llevan dentro.
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