jueves, 13 de febrero de 2014

Televisión



Con insistencia se levantan voces protestando contra los contenidos de las series de televisión: la mayoría giran en torno a la violencia y a la delincuencia. También están las comedias neocostumbristas que curiosamente se sostienen sobre mentiras, enredos y malentendidos. En ambos casos siempre aderezados con sexo.

Uno podría reclamar a la televisión que aprovechase su influencia en el público con un fin más enriquecedor que el de meramente entretener. Ya que alcanza a todos los hogares, sería el medio ideal para reforzar las normas de civismo más elementales y de paso recordar al idiotizado telespectador que tiene una masa pensante y animarle a ejercitar su cerebro. Y aunque esto suene bien, con resignación sabemos que se trata de una cándida propuesta sin futuro.

Los rectores de la televisión solo pretenden beneficios económicos que hagan rentables sus inversiones. Están aplicando los informes y trabajos de psicología y antropología realizados por universidades de prestigio por lo que se presenta complicado desviar su línea de producción. Al fin y al cabo, atrae mucho más el riesgo, lo prohibido o, en su defecto, el morbo, que los buenos modales, y estamos hablando de un negocio. No hay elección.

 

 
 


 

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