lunes, 10 de febrero de 2014

Oraciones


Todas las religiones establecen la oración como el vínculo comunicativo más directo entre un dios y sus creyentes. Mediante un texto sacralizado los más piadosos pueden hacerle llegar sus inquietudes, sus temores, sus miedos y solicitar así el apoyo y la ayuda necesaria para resistir en este mundo tan materialista.

 Aparentemente se trata de un gesto inocuo, íntimo y desinteresado. Tremendo error. Se mire por donde se mire, detrás de cada plegaria hay una reflexión egocéntrica con una finalidad mucho más mundana. Especialmente aquellos que oran para recibir un favor, un trato especial o un provecho que en condiciones naturales no les correspondía.

El fervor religioso solo reclama injusticia. Se reza para obtener un puesto de trabajo, aunque con ello se desprecie el currículo de los otros aspirantes o se invoca al cielo al empezar una competición para superar a los rivales... así hasta llegar a quien enciende velas a algún santo para que le toque la lotería. En todos los casos la intervención divina implicaría la adulteración por favoritismos en detrimento de merecimientos y del respeto a la igualdad.

En otras palabras, cada vez que alguien reza está pidiendo a su dios que haga trampas. Mal asunto.

 

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