Los
gobiernos occidentales al servicio de las multinacionales van tomando la
costumbre de, según qué período de su legislación, aprobar alguna ley anti
pirateo. En su desfachatez ilustran las noticias con cifras astronómicas
señalando el dinero que pierde la industria, los impuestos que se evaden y los
miles de puestos de trabajo que se pierden por culpa de esta práctica, así la
califican, ilegal.
A
esos datos tan manipulados que nos tratan de embutir se les contesta con otros
abrumadoramente superiores, producto de una renovación tecnológica y una
adaptación a los cambios que el mundo de la música alternativa y el cine
independiente han sabido aprovechar. Hoy el número de músicos y actores que
viven de su trabajo se ha multiplicado por diez en el mundo y es difícil
cuantificar su capacidad de creación artística, constante y desbordante.
Sospecho
que detrás de estas propuestas oficiales, además de un colaboracionismo con el
oscuro negocio de la industria musical y cinematográfica, hay otro interés
mucho más peligroso: crear una conciencia generalizada de culpabilidad y así,
todos delincuentes, atenazar nuestros movimientos internáuticos por miedo a las consecuencias legales.
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