Confundir el Atletismo con cualquier otro deporte demuestra un total
desconocimiento de uno y otro concepto. Detrás de cada atleta, aunque alguno lo ignore, hay toda una respuesta filosófica
al sentido de la vida que no se limita a correr más rápido, saltar más alto o
demostrar ser más fuerte.
La diferencia más notable está en esa
búsqueda de los límites del ser humano, tanto en el tiempo como en el espacio,
en plena competición contra sus rivales y contra sí mismo. Por eso, la victoria
absoluta, reservada exclusivamente al mejor, le otorga una aureola divina. Sin
embargo, detrás de tanto esfuerzo, la única recompensa es la definitiva
derrota, que fatídicamente desplaza el efímero éxito del circunstancial
vencedor.
Porque todo atleta nace y muere vencido. Irremisiblemente, cumpliendo la
sentencia de los dioses, aparecerá un joven que le superará arrebatándole los
honores del triunfo. Y en la soledad de la vejez, circunscrito a su doblegado
cuerpo, recordará con resignación sus antiguas gestas ahora irrepetibles y de
casi todos olvidadas. De esa gloria nada sobrevivirá al castigo del tiempo.
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