La puntualidad no se entiende de la
misma manera según quien la interprete. Y no se trata de una
cuestión cultural ni una forma de abordar la vida. Mucho más
sencillo: hablamos de respeto.
Con el tiempo sucede como con el
dinero. Para los británicos es oro. Buena apreciación, porque los
minutos se escurren irrepetibles y malgastarlos, o mejor dicho,
malperderlos debería provocar un profundo remordimiento. De manera
irreversible jamás se podrán recuperar.
Aquellos que suelen llegar tarde a
sus citas demuestran una gran falta de consideración. Se mire como
se mire, se toman el tiempo de
los demás a su antojo. Como
si todo el mundo estuviese a su plena disposición y no tuviese nada
más importante que hacer. Esperarles en su retraso significa
castigar a los que son puntuales. Frente a estos maleducados solo se
puede responder con el rigor de la puntualidad. Si no aparecen a la
hora acordada no queda otra opción que marcharse. Así deberán
tomar conciencia de que el tiempo no es un bien que les
pertenezca.
No en vano la puntualidad es una
cualidad que dice mucho de las personas.
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