El espíritu del consumismo salvaje
alcanza su máximo grado de perversión con la obsolescencia programada. Saber
que un producto ya de fábrica lleva en sus entrañas los días contados permite
retener el control sobre la oferta y la demanda a los fabricantes.
No solo nos hemos acostumbrado a ver
cómo las máquinas caducan. No debería ser así, pero demasiadas veces el amor
también nace con fecha de caducidad. Hoy las parejas se encuentran y
desencuentran con una velocidad vertiginosa, generando una rueda de idilios y
amoríos que acaba engullendo cualquier tipo de sentimientos. Y fracasan porque los
enamorados buscan en la pareja la felicidad, como si fuese un objeto más de
consumo.
Cierto es que las experiencias curten
al individuo. Lo malo es que el dolor también genera desconfianza. Y si cada
relación que se termina deja un rastro de amargura y un olor a frustración, se
provoca un desgaste anímico que predispone al recelo cada vez que las
circunstancias parecen apuntar a dar una nueva oportunidad al amor.
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