Corren
tiempos confusos para las monarquías. Cada día que pasa se acentúa su
anacrónica existencia, pese a que todavía las hay que se aferran y resisten
demasiado enteras a la presión de la historia a base de renovar su imagen y
controlar los medios de comunicación.
No
todos los monarcas proceden de los siglos pasados. También hay otros reyes que
han surgido de la ignorancia moderna, en el mismo seno de la familia
tradicional mal entendida. Nacen cuando los padres abdican en casa y otorgan
todo el mando a sus hijos, convirtiéndolos en reyezuelos del reino del capricho
y el antojo. Estos caciques de usos y costumbres deciden todos los detalles de
la vida cotidiana en el hogar.
Como
tales acceden a la vida social, la escuela, donde se encuentran con los tiranos
de otras casas. Entonces compiten entre sí a semejanza de Juego de tronos para tomar el liderazgo de un conjunto de castas. Y
frente a ellos, para su sorpresa, se oponen los terribles educadores y
profesores que osan corregirles e imponerles otro orden. La tensión estalla
cuando estos dictadorcillos envían a sus padres cual dragones escupefuegos para
reducir a sus enemigos.
Así se
escribe la desgraciada batalla de la educación.
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