Inspirados en Los Diez Mandamientos del monte Sinaí, han surgido por todas partes
acomodando cualidades, consejos, normas... bien ciñéndose al número diez para
quedar incompletos, o bien forzando la imaginación hasta lograr cubrir esa
decena de principios que por definición encierra un decálogo.
Se mire como se mire un decálogo es un absurdo modelo en torno
a la supuesta perfección del número diez. Aceptamos que nuestras cuentas se
ordenan mejor con el sistema decimal; eso no implica que nuestros ideales se
reduzcan a diez, ni se rijan por diez. A la primera lectura ya incitan a la
sospecha todos esos decálogos que
circulan en manuales, en presentaciones, resúmenes... o falta o sobra, pero
diez, seguro que no son diez los puntos que debemos tener en cuenta.
Así pues, casi todos los decálogos apuntan redundancias y
muestran carencias, como las Tablas de la
Ley de Moisés. En ellas los dos últimos mandamientos son complementos de
los anteriores y, sin embargo, se omiten otros preceptos tan importantes como no acapararás más riquezas que las que
necesites, o no te aprovecharás de
las desgracias ajenas. Que una cosa es la ley, otra la ética y otra muy
diferente el número diez.
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