Un dilema si prolonga su tiempo
alimenta la indecisión y desgasta los ánimos. Quien no despeja sus dudas se
consume en una división por sí mismo, pero a diferencia de las Matemáticas, el cociente
es cero. El que no resuelve sus dilemas se anula.
Sentirse dividido ante dos opciones
no es cómodo. Y si la elección debe realizarse en tema de corazón donde se ha
permitido a dos amores entrar en la vida puede ser un infierno. Uno descarta al
otro y viceversa sin punto de mediación, sin zona de convergencia, sin margen
de tregua. Como ante cualquier bifurcación, para continuar el camino solo se
puede seguir por uno de los dos, sin retroceder, sin rectificación posible.
Mal vive quien se sumerge en ese tipo
de dilemas pues se siente dividido. Mal vive y mal muere, pues anulado, son los
acontecimientos los que deciden, son las circunstancias las que se imponen y es
el absurdo el que golpea definitivamente.
Por eso, quien vive dividido no vive,
no es nadie. Ni para el uno ni para el otro. Habrá que saber primero ser uno,
luego elegir con decisión y finalmente comprometerse con la elección.
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