Sucede a veces que, sin proponerlo, una
marcada personalidad se hace contagiosa y de pronto puede verse acompañada por
otra persona que día a día va adaptando sus hábitos, sus expresiones, su ropa,
su peinado... hasta convertirse en un verdadero imitador, cual reflejo de un
espejo aunque sin la espontaneidad del original.
Uno puede tener una forma de ser, una
manera de hablar y una tendencia estética. Son marcas y cualidades que definen
la personalidad y, según lo firmes, seguros y originales que sean pueden llamar
la atención e incluso despertar admiración. Agrada ser reconocido, no ser
imitado. Se llega a hacer hasta incómodo tener delante a cualquier hora esa
réplica viviente que se surte de todas las propuestas aprovechando su
proximidad. Se trata de un verdadero acoso por el uso de la imagen y de los
rasgos más personales.
Habría que preguntar a esos imitadores
qué les mueve hasta llegar a ese comportamiento. Posiblemente busquen
desmarcarse de las tendencias seguidas por la mayoría y por eso han elegido un formato
más próximo. O simplemente esa ausencia de ideas no dejan de ser un síntoma que
confirma su evidente falta de personalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario