Difícilmente se puede confiar en
aquellos que predican la virtud y la pobreza para después caer en las bajezas
más indignas del ser humano. Por culpa de furibundos predicadores con doble
vida han apostatado muchos.
Por desgracia también nuestros
sindicatos empiezan a atufar a ese malolor con que la mentira impregna los más
nobles ideales. No son cuestionables ni la falta que hacen a la clase
trabajadora ni el tremendo sacrificio de muchos abnegados sindicalistas en
defensa de derechos y logros sociales. Los que no soportan ningún análisis son algunos
de sus líderes, tan sensibles a la corrupción como el más egoísta y
desconsiderado de los políticos.
Esos mal llamados sindicalistas han
olvidado su origen humilde y a sus compañeros de trabajo entrando en el circo
de los intereses donde se pacta sin escrúpulos y solo se considera el beneficio
personal a costa de traicionar esos principios de justicia y reivindicación.
Hoy el listado de instituciones sindicales y sindicalistas históricos no se
libran de transmitir el desencanto que a la sociedad en general llega.
Lo grave es que ellos reclamaban
transparencia, respeto por la clase trabajadora y justicia... aunque al parecer
no creían en esos valores.
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