Durante los años 80 la Comunidad
Valenciana se inundó de sociolingüistas de las más variopintas tendencias,
todos ellos con infinidad de recursos para discutir y demostrar la relación
filológica entre el catalán y el valenciano, eso sí, sin haber pisado una universidad.
Cada uno aportaba su tesis y un impresionante corpus de pruebas que argumentaba
más de una vez con airada vehemencia.
Siempre han surgido todo tipo de
expertos, sin importarles la materia. Benditos expertos que sin necesidad de haber
abierto un libro tienen en sus comentarios las claves para arreglar el mundo.
Son expertos que de sopetón recopilan la supuesta información para componer
juicios contundentes e irrebatibles. Son los mejores presidentes de gobierno,
modélicos ministros impulsores de las decisiones más dinámicas y jueces,
sobretodo jueces, capaces de emitir fallos ejemplares en el menor tiempo
posible y sin opción a recurso alguno.
Cierto es que estos juntaletras ponen todas sus propuestas
al servicio de los demás espontánea y desinteresadamente. Ahora bien, tiene
gracia que después de todo no muestren esa contundencia y ese acierto cuando la
cuestión les atañe directamente, en especial con los asuntos domésticos. Para
eso sí reconocen que son inexpertos, como todos los demás.
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