En la antigüedad era costumbre tratar a
los mensajeros según las noticias que anunciaban. En el caso de que trajesen
buenas nuevas eran recompensados debidamente. En cambio si el mensaje no era
del agrado de los señores, el destino del pobre emisario era la muerte. Nadie
tenía en cuenta que se trataba meramente de transmisores de una información
que ni provocaban ni dependía de ellos.
Con el tiempo, podemos comprobar que
los mensajeros ya han aprendido la lección y en la actualidad prefieren
divulgar aquello que plazca a sus señores para evitar riesgos innecesarios. Los
mensajeros modernos son esos periodistas que sirven lealmente a sus amos cuando
manipulan las noticias de acuerdo con su perspectiva política, ocultan
información o desvían la atención del público. Se han convertido en verdaderos
cómplices del engaño. Así no solo no arriesgan sus vidas sino que además se ven
copiosamente recompensados.
Cierto es que también hay periodistas
honestos y comprometidos con su función dentro de la sociedad. Gente honrada
que antepone la verdad a los intereses de los poderosos. El problema es que a
estos buenos periodistas, portadores de noticias nada agradables, les siguen
aplicando esa antigua costumbre: matar al mensajero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario