jueves, 13 de noviembre de 2014

Pizarras


        De pequeños todos sabíamos que cuando el maestro se giraba para escribir en la pizarra era la nuestra. Valía todo: levantarse, quitar la goma o el bolígrafo al compañero, pincharle con la punta del lápiz, pellizcar o dar un codazo, rayar su cuaderno, arrojar una bola de papel o un avión, disparar con el canuto... Cuando el maestro volvía la vista... todos sentados y copiando detenidamente lo que había escrito en la pizarra.

        Era la ley de la pizarra. Todavía está vigente y todos lo sabemos. Está prohibido acusar porque la única autoridad es el maestro. Así es la ley de la pizarra. No es que esté bien, pero está y todos saben a qué atenerse. No quiero ni imaginar qué ocurriría si el maestro se pasase toda la clase de espaldas.

Por desgracia en el mundo de los mayores parece que quien tiene que velar por el orden sí está de espaldas todo el tiempo y no se entera de lo que pasa. Esa impresión nos da nuestro sistema jurídico, lento e ineficaz. Y cuando la gente, ya cansada, acaba denunciando, vemos que solo caen los más tontos, como en el colegio. Y lo peor es que no hay pizarra.



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