Con frecuencia se recurre al camino
para representar el transitar de la vida. Somos peregrinos sin un destino
concreto caminando hasta que los pasos y no la ruta se detengan.
Pero la vida no se trata exactamente
de una carretera larga y sinuosa con un único rumbo porque está llena de
sobresaltos, de imprevistos. Prefiero compararla con una calle de una populosa
ciudad, con cruces, plazas y esquinas, muchas esquinas donde los giros son
verdaderos golpes del destino, recodos de ese laberinto de incógnitas del que
se sale solamente tras haber vivido.
En cada esquina espera un reto:
continuar en la misma dirección o doblar el sentido de la marcha a izquierda o
a derecha. Y tras cada decisión un horizonte nuevo, desconocido, inesperado. Hay
quien adelanta por un atajo, también se puede abrir paso hacia una amplia
avenida, o igual se enfila hacia un callejón sin salida donde es obligado
retroceder.
Y todo por la vía pública, por la que
andamos rodeados de gente, siguiendo a quienes tenemos delante y sintiendo los
pasos de quienes se acercan por detrás. Una vía pública por la que nos cruzamos
con quienes circulan en sentido opuesto. Una vía pública con esquinas, con
muchas esquinas por las que más de una vez notamos que vamos solos pese a
vernos en medio de un gran gentío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario