Durante el primer cuarto del s. XIX
Honorato de Balzac, gran escritor y pésimo negociante francés, publicó El arte de pagar sus deudas sin gastar un
céntimo. En esta obra precapitalista nos presenta un mundo basado en el
desequilibrio, caracterizado por un desigual reparto de la riqueza, de las
necesidades y de las inquietudes para sobrevivir.
Balzac no pretendía ninguna
revolución, pese a lo grotesco de su título, sino dar sentido a una economía
que asfixiaba a los emprendedores. Porque la riqueza en poder de unos pocos
satisfechos significa el hambre para los demás. Y precisamente las carencias
estimulan el ingenio para sobrevivir. Así mediante un sistema de préstamos y
deudas se ponen en movimiento los recursos y se provoca forzosamente un reparto
más equitativo. Hay una única condición: proteger al deudor, porque si falla
jamás se podrá cobrar la deuda.
El mundo moderno sigue dividiéndose
en prestamistas y deudores. Pero han roto ese círculo que Balzac defendía. Hoy
los bancos desahucian, expropian y embargan a quienes no pueden afrontar los
préstamos concedidos. Y lo hacen bien arropados pues saben que el Estado
saldará esa deuda a costa de desangrar la indefensa clase media y acrecentar el
hambre de los pobres. Aunque todo alcanza su límite.
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