El deporte de máxima competición
encontró en los récords el reclamo
necesario para atraer al público neófito e inexperto en las distintas materias.
Esta fiebre estadística de marcas, tanto absolutas como relativas, además
permite a la prensa en general ilustrar y documentar artículos olvidando así la
esencia de la información y la crónica.
Baste con entender un poco de cada
materia para descartar la importancia de cualquier récord. Pongamos el caso de las marcas en natación. El campeón de
100 metros libres en Atenas 1896, el húngaro Alfréd Hajós, ganó la prueba con 1
minuto 22 segundos y 2 décimas. Fue el mejor nadador del mundo en aquel
momento, si bien hoy con ese tiempo no tendría ninguna opción ni en los Juegos
Paralímpicos. Resulta absurdo hacer comparaciones cuando la preparación, las
técnicas de entrenamiento y el seguimiento nutricional y médico de los
deportistas actualmente se confunden con la ciencia ficción.
Sucede que el deporte de alta
competición es un espectáculo que necesita venderse. Se prescinde de una
cultura física dedicada a mejorar la salud de la población y se transforma en
un escaparate de prendas, utensilios y todo tipo de objetos de consumo con el
señuelo de que los utilizan las grandes estrellas poseedoras de los inalcanzables
récords, aunque para ello sea
necesario incluso montar un circo ficticio a su alrededor. Puro negocio.
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