Dentro de las variopintas figuras
mitológicas que nos han llegado desde la antigüedad clásica, las sirenas
encarnaban una imagen difusa e indefinida del mundo femenino que fue cargándose
de elementos misóginos con el tiempo. De personajes del inframundo marino
acabaron convirtiéndose en reclamo de trampas mortales para navegantes atraídos
por su seductor canto.
Esa mitad mujer mitad pez inspira a
James Joyce otro tipo de sirenas. Él prefiere la imagen de una dependienta que
despacha detrás de un mostrador que la parte por la cintura dejando a la vista
solo su medio cuerpo superior.
Es una visión mucho más realista de
la mujer en la sociedad, que en un sentido u otro, constantemente la divide
dificultando su proyección como persona completa. Los valores tradicionales
bendicen a la mujer madre/esposa que con su sacrificio y abnegación profesan el
amor a su familia renunciando a su propio beneficio. Incompleta también queda
la mujer que se mueve en el mundo laboral porque se le exige que se envuelva en
un caparazón que reprima su naturaleza femenina para poder competir con los hombres.
Y es que hasta ahora los avances
sociales que pretenden una proyección igualitaria entre hombres y mujeres
siguen siendo insuficientes. Porque, de todas formas, para que desaparezcan las
sirenas es necesario que desaparezcan también los tritones, esos seres
fabulosos mitad hombre mitad pez.
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