La moral cristiana distingue entre
misericordia y lástima. Quizá sea una cuestión de empatía ya que el dolor y la
miseria humana incitan a muchos a actuar por pena, mientras que un buen
cristiano lo debe hacer a través del amor a Dios.
Repasando las obras de misericordia
encontramos situaciones tan cotidianas como dar
de comer al hambriento, cuidar a los
enfermos, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, enseñar al que no sabe, liberar al cautivo, dar consejo al que lo necesita o
enterrar a los muertos que actualmente siguen reclamando la intervención de
las innumerables ONG exigiendo un mínimo de dignidad para un mundo más humano.
Ni lástima ni misericordia: justicia.
Pero también esas necesidades han
dado pie a rentables y mundanas actividades para reforzar las diferencias entre
clases sociales. Porque ahí están los restaurantes de la Guía Michelin, las clínicas privadas, la moda fashion, hoteles de cinco estrellas, colegios y universidades
elitistas, bufetes de abogados sin escrúpulos, literatura de autoestima y sofisticadísimas
funerarias... todos han montado su gran negocio sobre las circunstancias humanas
más elementales.
Y es que mientras los pobres aman, los
ricos pagan.
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