martes, 8 de abril de 2014

Platos


         Las técnicas culinarias, ahora tratadas como artes, van desplazando el contenido, no ya por la presentación, sino mejor aún, por el nombre. Platos que no destacan excesivamente por una elaboración compleja ni por unos ingredientes poco habituales se transforman en un manjar gracias a la verborrea del maestro de cocinas de turno.

         Un puré de chirivías se bautiza como Armonía de tubérculos de invierno gracias a la royal de colirábano y al gel de trufa negra que las acompañan, que no dejan de ser un zumo de una especie de col y jugo de trufa. O un potaje de garbanzos con dorada donde las hierbas dan el toque personal se presenta como dorada de estero asada en salicornia con jugo de potaje gitano clarificado, huevos de choco y emulsión de hierbabuena.

Con ello se renueva una asociación, lengua y cocina, que sirvió para conectar la mente con el estómago a través de la imaginación. Un buen nombre para una buena comida abre el apetito y facilita la digestión. No censuremos esta incursión lingüística que ha enriquecido el vocabulario y ennoblecido un oficio. Simplemente recordemos que el abuso siempre está reñido con el buen gusto.

 

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