La clase trabajadora justifica las
huelgas como medio reivindicativo para mejorar sus condiciones laborales o
defender sus logros sociales. En un primer planteamiento, toda huelga debe
estar dirigida hacia la autoridad o entidad que sea responsable del conflicto.
Las huelgas fueron concebidas en el
ámbito de una lucha de clases entre el proletariado y la patronal. Una fábrica que
detenía su producción provocaba unos perjuicios para forzar la búsqueda de
acuerdos entre trabajadores y empresarios. Sin embargo, lejos de la industria,
otro tipo de huelgas, más impopulares, afectan a sectores de la población que
se ven privados de un servicio muchas veces necesario. Sea el caso del personal
sanitario, recogidas de basura o controladores aéreos. En todos ellos la gente
reclama que cuanto antes en los hospitales atiendan a los pacientes, las calles
estén limpias y en los aeropuertos fluya el tráfico aéreo con normalidad.
Es evidente que solo la clase
trabajadora puede ejercer su derecho a la huelga y que su repercusión depende
del peso que tenga ese sector en conflicto dentro de una sociedad. Teniendo en
cuenta estas premisas, una de las huelgas más temida puede ser la del
transporte porque dejaría desabastecido un país en pocos días. Y en sentido
opuesto ¿se notaría mucho que no acudiese a su puesto de trabajo el rey de
España?
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