La silicona se ha tomado como
referente para clasificar estéticamente la belleza de las personas, juego en el
que principalmente las mujeres han caído. Se ha desplazado el despectivo rubia de bote por el de operada o siliconada. Y curiosamente, a partir de ahí se alinean dos tendencias
enfrentadas: aquellas que se operan y callan ante las que critican a las que se
operan, incluyendo en este segundo grupo las que cada una que haga lo que quiera, pero yo no me operaría por nada del
mundo.
Detrás de todo subyace un principio
cultural relacionado con la estética del individuo, independientemente a su
sexo. La persona que es atractiva, en líneas generales, goza de mayor
aceptación y tiene más probabilidades de éxito. Por tanto, si desde su mismo
origen la humanidad se ha venido moviendo bajo estos parámetros, habrá que
aceptar que la tecnología y la ciencia también aprovechen sus avances en este
campo.
Parece, pues, comprensible y lógico
que haya gente que corrija o compense de forma artificial caprichos de la
naturaleza. Otra cuestión es invertir el sentido y permitir que un medio para
mejorar la imagen se convierta en un objetivo y a la larga en una obsesión.
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