Elaborados, iconográficos y polícromos, igual dan
que simplemente unas mínimas huellas inyectadas en la misma dermis. Complejos o
escuetos, dibujos que disimulan marcas del cuerpo o aprovechan los caprichos de los
músculos, mientras que los más íntimos se esconden por los ocultos rincones de la
anatomía.
Práctica milenaria ha abandonado los cuerpos de los
antiguos guerreros y de los marinos de voz rota por el ron para apoderarse de
la estética de un gran número de habitantes de las ciudades más modernas. Quizá
se extendió entre la gente como una moda, o quizá como una epidemia con
secuelas de por vida; lo cierto es que millones de cuerpos se muestran tatuados
por todo el mundo.
En su origen funcionó como un elemento identificador
de los miembros de una misma tribu. Hoy también permite reconocer a esos exhibicionistas
ambulantes que han invertido todo su tiempo en insuflarse pigmentos bajo la
piel. Cada tatuaje no es arte, es un testimonio consumado de inútil paciencia.
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