Cuando las aulas se libran de su público, el
silencio de los pasillos cubre el bullicio de los días de clase y parece que la
tregua estival será respetada, muchos olvidan que todavía falta lidiar la
última batalla, la del personal de limpieza contra esos pupitres rayados, pintados y graffiteados.
Es el otro clamor de un año escolar. Cada pupitre da testimonio de una reflexión
vital para la que el alumno no ha encontrado mejor espacio donde expresarla. En
los pupitres resuena el nombre,
repetido mil veces en mil mesas si se pudiese, de ese amor -¿efímero?- que
tanto se había deseado, se graba la fecha de una primea cita... También sobre
los pupitres se esparcen aquellas
operaciones matemáticas que no cupieron en la hoja de examen, o el esquema nemotécnico
-no sabremos nunca si escrito antes o durante la prueba- que sirvió para
alcanzar un aprobado. En los pupitres
escuchamos gritos de victoria por el equipo campeón y se exponen complejos
dibujos trabajados durante tediosas e interminables horas de clase. En los pupitres también hay mensajes para los
enemigos, como es de esperar.
Y todas esas huellas de vida acabarán desapareciendo
ante los fuertes disolventes que el personal de limpieza empleará con eficacia.
Así, el diario apócrifo de la vida escolar dispondrá de nuevo las páginas en
blanco para que a lo largo del nuevo curso los anónimos escritores vuelvan a
plasmar sus vivencias.
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