Al amor sincero no se le impone condiciones. Eso es para los contratos, los pactos y otras
relaciones de intereses.
Cada condición
que se reclama entre amantes es una fisura. Después crecen grietas quebradas en
la desconfianza. Dictar condiciones
equivale a mandar, gobernar y dirigir los sentimientos de la persona amada.
Quien reclama condiciones no ama,
domina y menosprecia a quien las acepta. Al exigir condiciones todo se fuerza: cada mirada, cada palabra, cada
caricia. Entonces se pierde el impulso natural del amor y empieza el miedo. Quien
cede a las condiciones renuncia a su
libertad y también al amor.
Cuando se declara el amor a una persona no se presenta
un listado de exigencias, ni se puede medir ningún compromiso. Cuando se
entrega el amor se hace de manera incondicional. Basta solo sentirlo.
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