A cualquiera le puede
surgir, si no le ha surgido ya, la tentación de transgredir caprichosamente una
norma en un arrebato de transitoria rebeldía.
Por naturaleza,
independientemente de la edad, el ser humano es transgresor. Durante su proceso
de aprendizaje va asimilando usos y valores que no están escritos pero sí
dictados por la educación. Quedan grabados en el mismo espíritu y encauzan el
comportamiento del individuo para toda su vida. Hasta que un día salta el
cerrojo del autocontrol, se libera el gran caudal reprimido y arroya por
sorpresa el consciente, confiado guardián de los principios más profundos.
Superar esos límites y
vencer el remordimiento por no haberlos respetado confirman un triunfo de la
propia personalidad. Eso sí, que sea sin perjudicar ni causar ningún daño a
nadie, al menos por conservar un referente mínimo. Que todo quede en una travesura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario