Las tradiciones,
cuando pierden sus referencias, se hacen perversas.
Indistintamente a su origen, todas las tradiciones son un acto irracional de
identificación tribal. No existe ni pueblo ni cultura que no se defina por la
transmisión de las tradiciones de
generación en generación. El grupo que no respeta sus propias tradiciones da el primer paso hacia su
extinción.
Por eso las tradiciones
se oponen a los cambios, a las transformaciones; impiden la opción de
evolucionar e innovar. Y también las tradiciones
retiran el derecho a preguntar y a entender. Las sociedades que priorizan la
defensa de sus tradiciones se
inmovilizan, se retuercen sobre sí mismas y se asfixian.
De una forma u otra, las tradiciones se convierten en una verdadera perversión colectiva que
marca el ritmo en el calendario a su antojo. No estaría de más potenciar la
razón y el pensamiento para combatir este sinsentido.
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