Desde hace un tiempo algunas personas con acceso a
los medios de comunicación empiezan a desperezar su mente. Se animan poco a
poco a lanzar comentarios políticamente
incorrectos.
Fijar aquello que es correcto o incorrecto en política
equivale a poner un bozal intelectual a cualquiera que pretenda manifestarse
públicamente. Porque, sin ir más lejos, lo políticamente
correcto no es más que una línea persuasiva que coarta la libertad de
opinión. Y la sanción es contundente: descrédito y marginación. Y si se
pretende un cargo público se asumirá una gran pérdida de votos.
Lo
políticamente correcto podría funcionar como una especie de protocolo o
normas de etiqueta para garantizar el respeto de todos en las declaraciones. El
problema es que esa corrección fluctúa y cuando pierde las proporciones se hace
ridícula. Y lo peor es que atenaza las ideas y muestra el miedo.
La opinión comprometida, arriesgándose a ser
malinterpretada, siempre ha de ser políticamente
incorrecta. No hay nada intocable: mujeres, homosexuales, discapacitados,
inmigrantes, razas, hablantes de lenguas minoritarias…, sobretodo porque son
personas las que forman estos colectivos y, si la lucha contra las
desigualdades es de justicia, también tratar por igual a todos lo es.
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