El ser humano creó el Teatro, y de esta manera inmortalizó su
existencia en la Tragedia y en la Comedia para igualarse a los dioses. Anterior
al descubrimiento de la escritura, el Teatro
ritualizó y sacralizó desde el gesto más intrascendente hasta el sentimiento
más profundo.
Toda función de Teatro lanza un reto al tiempo y al
destino. El texto de una obra, alentado sobre la piel de los actores, cobra
vida en cada representación y así, en un acto de rebeldía trata de eludir y
modificar un argumento que inexorablemente acabará cumpliéndose. Y mientras los
personajes viven en el escenario la ficción una y otra vez, el público entiende
una vivencia detenida en el tiempo. Eso es magia.
¡Qué bien nos vendría
recuperar la dimensión social que tuvo el Teatro
en otras épocas! Sería la mejor manera para que todos nos volviésemos a ver y escuchar
a nosotros mismos.
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