La antropología moderna, ya hace mucho tiempo,
desterró de sus enunciados la clasificación de los seres humanos por razas genéticas.
El concepto de raza
se entiende por unos rasgos determinados transmitidos por herencia genética que
diferencian a individuos dentro de una misma especie. En otras palabras, una raza es una especialización genética.
Con un criterio estrictamente científico las razas humanas no tienen cabida. Existen
las culturas que se transmiten mediante el aprendizaje, nunca mediante la
herencia genética. El ADN humano no conlleva ningún rasgo hereditario de especialización
que nos permita distinguir a un grupo de individuos de otro. Las personas no tienen un instinto diferenciado y consecuentemente no nacen
cazadoras, velocistas, nadadoras, saltadoras... por el mero hecho de descender
de unos determinados progenitores.
Sin embargo, esa clasificación tan obsoleta pervive
incluso en los que se manifiestan antirracistas. Así, algunos ignorantes,
resaltan el gran rendimiento deportivo de ciertas razas, sin darse cuenta de que con ello permiten establecer una
jerarquía racial y dar pie a la deleznable búsqueda de la raza superior.
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