Existe cierto pacto corporativista no escrito en el
que los profesionales de un mismo sector evitan criticar, desprestigiar o
denunciar a sus propios compañeros. La premisa perro no come perro prevalece por encima de rivalidades y
enfrentamientos. Reducir las disputas al ámbito interno salvaguarda una buena
imagen de la profesión.
Pero el canibalismo se ha dado prácticamente en
todas las épocas y en todas las especies. La antropofagia, tanto por necesidad
como por motivos religiosos, siempre fue vista con horror por los exploradores
europeos cuando describían a los pobladores de las nuevas tierras, olvidando
que en la propia Europa también había habido caníbales en tiempos pasados.
La clase política, posiblemente la menos escrupulosa
de todas las que conforman la especie humana, en su afán por acceder al poder,
no renuncia a ninguna arte. Por eso, cuando se siente alejada del gobierno no
duda en activar su maquinaria de acoso y derribo, tratando de comerse a sus
enemigos, políticos como ellos también. Olvidando su verdadera función, no escamotean esfuerzos para enzarzarse en un intercambio de mordiscos sin importarles que con ello arrastran su condición de representantes del pueblo a lo más bajo.
El único consuelo que nos queda es que cuanto más
feroz sea el enfrentamiento entre nuestros políticos, menos caníbales
sobrevivirán. Algo es algo.
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