No se puede cerrar una etapa de la vida firmando con
rencor.
El rencor
pasa por distintas fases. Una experiencia negativa, especialmente inesperada,
con alguien próximo siembra el germen. Ni las explicaciones ni las
aclaraciones, incluso a veces aceptadas con superficialidad, evitan que la
sensación de engaño o traición vayan haciéndose sitio en los sentimientos hasta
que enquistados se transformen en odio y ansias de venganza.
El rencor,
gestado en el alma, corroe el espíritu. Porque según pasa el tiempo el daño
revierte en la persona rencorosa.
Sus deseos se obsesionan con el mal ajeno, que de llegar, acrecienta el
desprecio. Y si la ocasión da lugar a la venganza, una vez cumplida, se celebra
con rabia, jamás con satisfacción. En el mejor de los casos, finalmente uno se
da cuenta de que hasta entonces no había logrado superar una adversidad. De lo
contrario, el rencor seguirá consumiendo
la memoria y ya no dará tregua.
Mientras persista el rencor significa que la herida continúa abierta y duele.
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