sábado, 17 de agosto de 2013

Hijos




La tradición bíblica, marcada por su origen caldeo, consideraba a los hijos como un bien material. En la Historia de Job el Diablo le desposee de sus hijos y Dios, superada la prueba, se los restituye junto con todas sus propiedades perdidas.

El matrimonio burgués tampoco se escapa de esta concepción materialista de los hijos. Suele recurrir a ellos como un elemento naturalizador de una institución en crisis. Los hijos dan un aspecto de estabilidad y equilibrio que es aprovechado por el sistema para potenciar el consumo de productos especialmente concebidos: alimentos vitaminados, jabones y tejidos hipoalergénicos especiales para niños. La publicidad, por vender, vende hasta el aire puro, para que sus hijos puedan crecer y disfrutar sanos, a través de urbanizaciones, colegios y lugares de vacaciones.

De tal manera se ha potenciado esta relación de matrimonio/hijos que muchos han caído en la obsesión de conseguirlos con carísimos tratamientos de fertilidad. Y dejamos de lado el oscuro mercado de las adopciones, tanto legales como ilegales, y de los vientre de alquiler.

Sea como fuere, los hijos de la burguesía siguen siendo un bien material, tan estereotipado que hasta ellos mismos acaban olvidando que entre padres e hijos deben prevalecer, por encima del proteccionismo y el consentimiento, lazos menos interesados: amor, afecto y sentimiento.

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