Una herramienta de apariencia tan sencilla, resuelve
con sobrada eficacia las impertinencias de las moscas y otros insectos afines.
Totalmente inocuo, no contamina, ni consume energía ni requiere recargarse. Su
acción se caracteriza por un estampido, más o menos fuerte según la superficie
donde se golpee. La destreza con que se maneje permite el aplastamiento total
de la pieza cobrada. Su forma de pala facilita barrer, recoger y llevar hasta
la basura los restos. Con él se protege a los demás miembros de la casa e,
incluso, en los ratos de alarmante ocio sirve de entretenimiento.
No vale cualquier matamoscas. Está comprobado que
los que tienen un mango más flexible y de menor peso consiguen una mejor estadística, alcanzando un 9/10 por insecto/golpe,
según la puntería del usuario.
Pero lo que quizá los manuales de funcionamiento del
matamoscas no citan es el punto de satisfacción al que se llega una vez
aniquilada la molesta invasora. Placer que aumenta según el grado de paciencia
que se haya tenido antes de tomar la furibunda decisión de recurrir al
matamoscas. Cada mosca eliminada es un verdadero triunfo.
Hasta que no se echa en falta uno no sabe lo
imprescindible que es. Un buen matamoscas garantiza un rato de calma y sosiego
difícil de comparar.
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