Es un interesante ejercicio tratar de
explicar qué es una palabra. Ese
concepto que todos asentimos conocer y qué pocos atinan a resolver. De por sí
ya exige un esfuerzo, pues necesitamos las palabras
para explicar la palabra. Y con
ellas gozamos toda una forma de entender la vida.
Las palabras
se dan, se quitan, se toman, se miden… a veces se escupen, otras se susurran. Los
que prometen las entregan con honor y las cumplen, los jueces las otorgan, pero
las palabras también se las lleva el
viento. Hay palabras que hieren y duelen,
hay palabras de apoyo, de afecto.
Las palabras se refugian en el
diccionario, y las que no lo hacen son palabros.
Las palabras proceden de otros
idiomas, se inventan o se reinventan sobre sí mismas, las palabras están ahí y nos definen.
Se dicen palabras
sin pensar, frente a las meditadas y sopesadas. Otras huyen de nosotros cuando
no tenemos palabras para manifestar
lo que sentimos. Hay palabras que
son dardos, hay quien prefiere los hechos a las palabras. Todo se puede arreglar con buenas palabras. A veces con una palabra se escapa un secreto. A veces son esperpénticas, a veces
son divinas palabras. Acertadas y
justas en sus precisos momentos, disonantes, equívocas, ruidosas o lisonjeras
suenan las palabras en boca del incauto.
Las palabras
surgen de nosotros para envolvernos. Las palabras son nuestro verdadero traje
intelectual. Podríamos estar hablando de las palabras una por una. Podríamos no detenernos nunca, aunque todavía
no hayamos explicado fríamente qué es una palabra.
Se nos escapa el verdadero significado de la palabra. Las palabras
también tienen sinónimos: vocablo, término, verbo, voz…
Y siempre al final está, alguien la pronuncia,
alguien la tiene, la última palabra
y ni una palabra más .