Las mujeres maltratadas forman un sector
incomprendido de nuestra sociedad. Por mucho que grupos feministas, medios y
finalmente leyes denuncien su realidad, se sigue teniendo una visión alejada de
su sufrimiento porque cuesta mucho entender que ese infierno proceda de una
relación en la que pensaron hubo amor.
Algo parecido nos está ocurriendo con nuestra Democracia.
¡Qué felices nos sentimos aquel día en que contrajimos el sacro vínculo de la
Constitución! Dirigentes y pueblo nos juramos fidelidad absoluta, aceptándonos
incluso con algunos defectos que esperábamos resolver con el paso del tiempo.
Y he aquí, cual matrimonio a la deriva, nuestros
dirigentes nos traicionaron. De la misma manera que un cónyuge alcohólico o ludópata
despilfarra el jornal del que sobrevive su familia, un gran número de nuestros
políticos han manejado a su antojo los presupuestos, han manipulado sus
decisiones y han antepuesto su beneficio personal. Y de la misma manera que actúa
un maltratador -también dedica una caricia, un gesto de reconciliación- estos
que gobiernan nos han hecho relativas concesiones para suavizar su desprecio.
Hasta que se desenmascara todo. Y ahora, que empieza a faltar el dinero incluso para comer, es el momento de echarle la culpa a su paciente pareja, y es
ella quien tiene que solucionarlo. Así, la función pública, la sanidad, la
educación… que siempre están ahí, serán responsables de tanto gasto y quienes deban arreglar
esa traición renunciando a sus propios derechos.
Todos, ilusos, pensamos en unas
nuevas elecciones, creyendo que entre dirigentes y pueblo habrá un buen acto de
reconciliación, un darnos otra oportunidad, un volver a empezar… Cuesta mucho aceptar que somos maltratados.
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